FRANCISCO DE MIRANDA Y SUS COMPORTAMIENTOS QUIJOTESCOS

Por: Franklin Gonzáles

A propósito de celebrarse el 28 de marzo un nuevo año del nacimiento de nuestro Francisco de Miranda, haremos referencia a tres momentos en la vida de este hombre, precursor o forjador personal, con su obra y acción, de la independencia de nuestro país y que algunos identifican con comportamientos quijotescos.

El “síndrome de Don Quijote” es algo así como cuando un ser humano constata con frialdad que el ideal de su vida no ha existido ni existe, ni puede existir, simplemente muere, pues le será muy difícil subsistir sin ese ideal.

Primer comportamiento quijotesco: el incanato de Colombia.

En 1790 se entrevista por primera vez con el primer ministro de la Corona imperial inglesa, Sir William Pitt, a quien presenta su “utopía”, su primer comportamiento quijotesco. Propone la creación de un gran Estado imperial independiente llamado el “Incanato de Colombeia” que abarcaría, sin contar con Brasil, desde el río Missisipi en Norteamérica hasta el Cabo de Hornos, en el Polo Sur. Organizado a semejanza del Estado inglés, con un emperador inca al frente del poder ejecutivo y dos cámaras como poder legislativo; una elegida por voto popular y la otra escogida por méritos, además de un “Poder Moral con dos Censores” para vigilar la educación de la juventud y las costumbres, y un cuerpo de ediles encargados de desarrollar las obras públicas. Para lo cual solicita 15.000 hombres de infantería y 15 navíos ingleses, y en retribución el “Incanato” pagaría al gobierno inglés puntualmente estos servicios, mediante un plan de comercio ventajoso para ambas partes: el usufructo por parte de la marina inglesa de un canal interoceánico en el Istmo de Panamá y la eliminación del contrabando.

Pero, la dura realidad era otra y el curso de la historia tomaría un rumbo diferente a los “sueños ilustrados” o quijotescos de Miranda.

En 1798 y 1804 insistirá nuevamente ante Sir William Pitt, en la ayuda inglesa para la liberación de “nuestra amada patria América española”, pero sin obtener respuesta.

El segundo comportamiento quijotesco: la aventura de 1806

En 1804 decide vender sus libros y enseres personales por 2.000 libras esterlinas y se embarca para los Estados Unidos. Allí, con ese dinero, tratará de organizar su propia expedición hacia Venezuela.

A fines de 1805 logra armar con viejas carabinas y sables a algunos 200 mercenarios y buscadores de fortuna, a quienes embarca en tres pequeñas naves. Las dos primeras identificadas como Beer y Bacchus, y la otra llamada Leander (Leandro) en recuerdo del hijo de dos años que dejó en Londres; éstas surcarán las costas venezolanas para tratar de mostrar al mundo que a los 55 años de edad “sus palabras son buenas”.

El 27 de abril de 1806 logra desembarcar en las costas de Venezuela, pero no encuentra a nadie a quién sublevar. Las autoridades españolas, advertidas, lo estaban esperando y le hunden dos de sus pequeños barcos. Con el otro regresa a la isla de Barbados, y el 3 de agosto intenta de nuevo el desembarco en las costas de Coro, donde logra izar por primera vez el tricolor colombiano que hoy conocemos, pero sólo tres fugitivos negros se le unen. Se reembarca rumbo a Aruba, y después de múltiples dificultades llega a la isla inglesa de Trinidad para regresar otra vez a Londres.

Tercer comportamiento quijotesco: creer en las promesas.

En la capital inglesa funda un periódico, El Colombiano, y desde allí continúa propagando su indoblegable utopía del Incanato de Colombeia, hasta mediados de 1810, cuando Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez, los tres comisionados de la Junta Suprema de Caracas, una vez declarada la independencia de las provincias de la Capitanía General de Venezuela, el 19 de abril de ese mismo año, lo encuentran en su casa de Londres. Miranda regresa a Caracas y se pone a las órdenes del Gobierno que acaba de nacer en esta ciudad venezolana.

Desembarca en La Guaira el 10 de diciembre de 1810, trayendo consigo los documentos que lo acreditan como ex coronel del ejército español, ayudante de campo y jefe de Cancillería del general Manuel Cagigal, ex coronel del Regimiento de Caballería II de la emperatriz Catalina de Rusia, y mariscal a cargo de los ejércitos revolucionarios del norte de Francia. La Junta Suprema de Caracas lo nombra teniente general de los Ejércitos de Venezuela. Sin estar en el país había sido elegido delegado por el distrito de El Pao en el Oriente del país.

El 2 de marzo de 1811 el Congreso inicia sus labores: declara nuestra independencia respecto de España, adopta una Constitución federal y sustituye a la Junta Suprema de Caracas por un débil triunvirato. En el interior del país empieza a presentarse la consabida contradicción entre los moderados que abogan por una simple autonomía de la Corona, dándole los derechos sociales a los mestizos pardos y a los negros libertos, y los independentistas radicales encabezados por Miranda, partidarios de un país totalmente soberano y libre. Estos van tomando posición en la Sociedad Patriótica creada el año anterior por la Junta Suprema ya reemplazada.

Algunos mantuanos en desacuerdo con la libertad de los esclavos comienzan a conspirar contra Miranda, acusándolo de ser un “hereje masón al servicio de los ingleses”. A los pocos días de instalado el Congreso de las provincias, los colonialistas, atrincherados en la ciudad de Coro, instigan a la población que controlan a que se subleven contra la independencia de Caracas y otras importantes ciudades regionales, logrando apoderarse de Valencia.

Con el objeto de recuperar esta ciudad es enviado el Marqués del Toro, al mando de las inexpertas tropas republicanas que sufren una gran derrota. En su reemplazo es nombrado general en jefe Francisco de Miranda, quien logra sitiar y tomar esa ciudad, pero dejando en el campo más de 800 muertos y cerca de 1.500 heridos.

Una vez tomada Valencia, Miranda propone llevar la campaña hacia Coro y Maracaibo, reductos realistas. El Congreso no acepta el plan y por el contrario expide un decreto de amnistía general para dejar en libertad a los jefes colonialistas capturados en las sublevaciones.

Sin contención empiezan a presentarse en casi toda la geografía sublevaciones de mestizos, pardos y negros instigados contra los mantuanos caraqueños al grito de “Viva el rey, mueran los herejes”.

Domingo Monteverde, el comandante del ejército colonial en la Capitanía de Venezuela, quien se encontraba en Coro, aprovecha la situación general para avanzar y tomar Barquisimeto y San Carlos, y amenazar a Valencia.

Miranda destaca el primero de mayo de 1812 a Simón Bolívar como comandante de la plaza fortificada de Puerto Cabello y se dispone a defender Valencia con cerca de 5.000 hombres, pero una serie de deserciones en sus filas lo obligan a no presentar combate y retirarse a Maracay, dejando nuevamente a Valencia en manos de los realistas. Monteverde continúa su avance sobre Caracas, toma a Calabozo junto con Los Morros pasando por cuchillo a los mantuanos de esas poblaciones. Miranda sigue retrocediendo hasta La Victoria y allí le llegan dos noticias demoledoras: el levantamiento en masa de los esclavos en la costa en los días finales de junio de 1812 y el 5 de julio la pérdida de Puerto Cabello, sitio comandado por Bolívar, a lo que Miranda exclama “Venezuela ha sido herida en el corazón”; y una semana después con la anuencia del triunvirato acuerdan proponer a Monteverde una capitulación, en la que se les daría pasaporte a todos los que quisieran abandonar el país, se dejaría en libertad a todos los jefes patriotas y a los detenidos políticos, y se respetarían las libertades personales. Y aunque Monteverde la acepta, inmediatamente la desconoce.

Miranda se ve imposibilitado de embarcarse en la goleta inglesa Saphire con la cual se dirigiría hacia Cartagena para solicitar ayuda a la Nueva Granada y continuar su lucha libertaria; es detenido por sus mismos compañeros, entre ellos el mismo Bolívar, pero con propósitos distintos a los que algunos le atribuyen.

El comandante militar del Puerto de La Guaira, Manuel María de las Casas, buscando ganar favores con Monteverde, le entrega a Miranda y a todos los jefes patriotas. Ahora, aunque Bolívar logra escapar hacia Curazao, otros destacados oficiales patriotas, entre ellos el principal trofeo para la Corona española, Francisco de Miranda, pasan a manos de los realistas, y con cadenas y grillos, son enviados a las bóvedas de Puerto Cabello y luego a las del Castillo del Morro, en Puerto Rico.

Para finales de 1814 Miranda es enviado al pavoroso presidio de La Carraca, cerca de Cádiz, donde permanece encadenado a los muros hasta el 14 de julio de 1816, cuando un ataque cerebro vascular lo derrumba definitivamente a los 66 años de edad; muriendo sin recibir siquiera las respectivas exequias.

Al respecto, el alguacil de esa prisión dejó para la posteridad lo siguiente: Hoy 14 de julio de 1816 a la una de la mañana entregó su espíritu al creador don Francisco Miranda. No se me ha permitido por los curas y frailes que le haga exequias ningunas, de manera que en los términos que expiró, con colchón, sábanas y demás ropas de cama, lo amarraron y se lo llevaron; de seguida vinieron y se llevaron sus ropas y todo cuanto era suyo para quemarlo.

Vigencia del pensamiento de Miranda

¿Qué es lo que está en juego actualmente? La libertad de los pueblos, la soberanía, el derecho de todo pueblo y de toda cultura a desarrollar sus potencialidades creadoras, a tener una vida digna. Lo que está en juego, en definitiva, es la búsqueda de un mundo menos desigual, más inclusivo, con menos injusticias, con capacidad para responder a las grandes mayorías.

Estos sueños, estos ideales, no solamente hay que levantarlos y mantenerlos; hay que luchar porque los mismos se realicen, se lleven a cabo, aunque nos sigan llamando ilusos o quijotescos.

Con Miranda decimos: “No, compaisanos, seremos libres, seremos hombres, seremos Nación. Entre esto y la esclavitud no hay medio, el deliberar sería una infamia”.

Definitivamente, hacen falta los Franciscos de Miranda.

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