CÓMO EVITAR EL FASCISMO

Por: Franklin González.-

«Siempre tendré un enemigo con el semblante arrugado y más cansado que yo. Los que a lo largo de su sombra quieren cortar la medida de toda revolución». (Silvio Rodríguez).

Con motivo de la conmemoración del 80° aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria, el 9 de mayo, el presidente ruso, Vladimir Putin, afirmó que el Día de la Victoria es una de las festividades más significativas del país. «Recordamos las lecciones de la Segunda Guerra Mundial y nunca aceptaremos la distorsión de su historia ni los intentos de justificar a los verdugos ni de difamar a los verdaderos vencedores».

Luego. añadió que «la derrota de la Alemania nazi, del Japón militarista y de sus aliados en diversas regiones del mundo fue lograda a través de los esfuerzos conjuntos de muchos países».
«Valoramos sumamente la contribución a nuestra lucha común hecha por los soldados aliados, los miembros de la resistencia, el valeroso pueblo de China y todos aquellos que pelearon por un futuro pacífico».

Hay que recalcar que la Victoria en la Gran Guerra Patria, representó no sólo una tragedia nacional y un triunfo heroico para los pueblos de la antigua Unión Soviética, sino también una contribución decisiva a la salvación de la humanidad frente al fascismo.

La lucha contra el capitalismo
En momentos en los cuales la arremetida fascista está en pleno apogeo, en muchos espacios del mundo, es importante dejar, como una máxima, el pensamiento de Bertolt Brecht, que dice: «Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo -que se condena- si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo. Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos bárbaros de sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus auditorios que éstos olvidan que tales métodos se practican también en sus propios países».

De allí, pues, que luchar contra el fascismo es luchar contra el régimen de propiedad capitalista. Eso debe tenerse muy claro, sobre todo, porque el fascismo, como ideología y movimiento político, ha dejado una marca profunda y oscura en la historia mundial.

De allí, pues, que no basta diagnosticar el fascismo, que es importante. Es tener claro que la lucha contra el fascismo es la lucha contra el capitalismo.

El punto esencial común a todas las modalidades organizativas del fascismo está en su total vinculación con la defensa de los intereses de los grandes grupos capitalistas. En otras palabras, en cualquiera de sus alternativas, el fascismo siempre tiene como misión principal defender a la clase de los grandes capitalistas de amenazas que puedan poner en peligro la continuidad de sus condiciones de privilegio en la sociedad.

Pero el fascismo se mimetiza
Compartimos con algunos analistas que el fascismo (en todas sus presentaciones) se diferencia de otras corrientes políticas e ideologías alineadas con los ricos y poderosos, en su capacidad para introducirse entre los sectores de los explotados y, a través de su acción política, obtener apoyo de los que tienen poco o nada a favor de las causas de quienes lo tienen todo.

Para cumplir este propósito de inducir a los trabajadores a asumir posiciones favorables a la patronal, y de llevar a los pobres a tomar partido por los ricos, los fascistas se especializaron en invertir los significados de las aspiraciones más relevantes del campo popular, utilizándolas a favor de los objetivos de las oligarquías que viven a costa del sacrificio de las mayorías. Con este fin, desde sus comienzos, los movimientos fascistas se han dedicado a hacer uso de palabras y conceptos queridos por el pueblo trabajador y a transformarlos en su opuesto exacto.

Desde siempre, los nazi-fascistas aprendieron a apropiarse discursivamente de los símbolos de lucha de los trabajadores para ponerlos a servicio de los explotadores. También se han dedicado a atribuir al campo popular todas las características de maldad con las que están imbuidos. Por ello, ya nada debería sorprender cuando se encuentran a fascistas presentándose como víctimas de lo que ellos mismos encarnan en su totalidad. Sólo así se puede entender que un nazifascista se declare un perseguido del nazifascismo.

Los fascistas son capaces de subvertir los conceptos propios de la clase trabajadora para apropiarse de ellos y ganar adeptos entre el proletariado. Tal situación sería incluso imposible de entender si no tuviéramos un conocimiento previo de cómo surgió y se desarrolló este movimiento ideológico ultraderechista durante el último siglo. Así, hay características comunes en todas sus variantes conocidas hasta ahora, ya sea en la original italiana (fascismo), en la que prevaleció en Alemania (nazismo), en la de España (franquismo), en la portuguesa (salazarismo) o incluso en otros modelos.

Hay que tener claro que e nuevo fascismo no se presenta como enemigo, sino como solución. Ya, Antonio Gramsci, lo advirtió hace un siglo: el fascismo no es solo represión con botas, sino hegemonía cultural disfrazada de sentido común. No grita «¡viva la dictadura!», grita «¡vivan los trabajadores!» mientras legisla para bancos y grandes fortunas. No se presenta como autoritario, sino como antisistema. No lleva cruz gamada, lleva bandera patria. No te dice que calles: te convence de que el problema eres tú.
Por eso, con Gramsci repetimos: «Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.» De allí que detectar el fascismo es el primer paso para combatirlo. El segundo, es no normalizarlo.

Antídotos
Del fracaso del progresismo en Argentina surgió Javier Milei. Por ahora, en México fracasaron y también en Venezuela, pero en la mira están Brasil y Colombia. Por eso es importante aplicar los respectivos antídotos, que pueden ayudad a evitar esos «fenómenos», porque si esto no queda claro podemos estar abrigando falsas expectativas. Digamos con el sociólogo y escritor boliviano Álvaro García Linera: «las izquierdas deben ser radicales en sus reformas para resolver los problemas de la pobreza, la desigualdad, la precariedad y la inseguridad. Solo así podrán ganar la confianza de la gente y derrotar a la ultraderecha».

También repetir con el periodista y sacerdote jesuita, Numa Molina: «O las izquierdas latinoamericanas hacen de la coherencia una opción de vida o todas correrán el peligro de ir cayendo como castillo de naipes arrastradas por la inercia que generan los cargos y la comodidad, aunado a los negocios solapados de los que el pueblo siempre tendrá noticias». Así que se gobierna para el pueblo o después las quejas no valen nada.

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