Mujer en resistencia en el capitalismo

Eleazar Mujica Sánchez

I. Preámbulo

En los albores de la formación del modo de producción capitalista (periodo que abarca casi 300 años de transición entre los siglo XVI XVII y hasta la primera parte del siglo XVIII en Europa), resulta sorprendente, por ejemplo, ya en el siglo XVII, encontramos un texto histórico y conmovedor del filósofo ilustrado francés Francois Poullain de La Barre, pues se trata del primer pensador que, tras publicar en 1673 “Sobre la igualdad de ambos sexos”, un texto admirable y excepcional para su época, en un contexto para nada favorable con la mujer, se atrevió a reivindicar las capacidades intelectuales de la mujer y denunció con gallardismo los prejuicios de los que era víctima. De La Barre tuvo un singular empeño en la libertad religiosa y en Ginebra entró en contacto con el movimiento de mujeres aristócratas que exigían acceder a la academia y librarse del control estricto de sus maridos. 

Aunque en aquel temprano siglo XVII ya se denuncia las situaciones terribles que existían alrededor de la mujer, resulta impresionante como cuatro siglos después, en este siglo XXI, todavía persistan muchas de estas situaciones, a pesar de los avances que han obtenido las mujeres como consecuencia de su resistencia ante las injusticias que se provocan en contra de ellas en todo el mundo. Desde luego, en la actual sociedad capitalista, dada la magnitud, sin precedente, de los niveles de desigualdades que se han estado suscitando, se han introducido nuevas y denigrantes formas de explotación que siguen afectando principalmente a las mujeres.  

Por supuesto, desde las industrias culturales y los mass media se oculta la enorme desigualdad y estigmatización y, en su lugar, se pretenden hacer creer que, en los moldes del capitalismo, a pesar de que coexisten realidades de opresión de género y, la mujer, es, por tanto, víctima de numerosas asimetrías, se indica que, en la sociedad de consumo, habría registros, cada vez más aleccionadores, sobre el rol de la mujer y su participación social y, más propiamente, en lo atinente al trabajo productivo. En consecuencia, films, radios, periódicos, revistas y ahora, en sus versiones digitales, incluidas, en su expresión más amplia, las redes sociales, forman parte de un sistema que busca consolidar los valores de la sociedad capitalista de consumo y, en nombre de ello, se establecen matrices tendencias y “falsas verdades” o falsos positivos que, sin importar el daño social que puedan generar, están justificados para la racionalidad capitalista por cuanto permiten alcanzar el objetivo y todo ello se asume desde aquella concepción maquiavélica, según la cual “el fin justifica los medios”. 

Mientras tanto, la mujer sigue en su espinoso camino, fraguando el porvenir por una nueva sociedad que más allá de un “igualitarismo de sexo” permita realmente la liberación del humano y romper con los moldes de una sociedad que, en nombre de la cosmovisión del libre mercado, busca mercantilizar todas las relaciones, esclavizando y anulando la condición humana.


Desde luego, sus luchas por ese cambio social ya son legendarias y, en ese sentido, también resulta muy elocuente la hazaña trascendental de la francesa Olympe de Gouges (seudónimo de Marie Gouze), quien en 1791, tras interpretar los Derechos de hombre (1789), toma partido en favor de la emancipación femenina y equiparación jurídica y legal de hombres y mujeres (para Gouges la mujer nace libre y tiene los mismos derechos que el hombre), presentando su férreo y combativo
texto, conocido como la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadanía, a partir de lo cual se le tilda de conspiradora; en 1793 aún enferma asumió su autodefensa en un juicio desproporcionado en el que se le impuso la pena de muerte, siendo víctima de la guillotina.

Por supuesto, en nuestra geografía venezolana y latinoamericana también descuellan las luchas de nuestras heroínas (Josefa Camejo, Luisa Cáceres de Arismendi, Manuela Sáenz, la libertadora de
nuestro Libertador Simón Bolívar, así como también Josefa Joaquina Sánchez, 2 Eulalia Buroz, Juana Ramírez, Cecilia Mujica, Concepción Mariño y Ana María Campos, entre otras) por la libertad y la emancipación. También en los siglos XX y XXI se suman insignes mujeres venezolana como Olga Luzardo Argelia Laya, Livia Gouverneur, Carmen Clemente Travieso y Lucía Mercedes Daza, entre otras que ofrendaron sus vidas por la liberación nacional y el socialismo.


Por definición, ha sido históricamente en la estructura de unidades domésticas cuando la sociedad se divide en clases, donde comenzó a imponerse a las clases trabajadoras la distinción social entre trabajo productivo y trabajo improductivo. En el primero lo normal y lo que lo diferencia del improductivo es que es realizado fuera de la unidad doméstica y, a su vez, remunerado y, por tanto, asalariado, en cambio el
improductivo, aunque necesario y vital, se concibe como naturalizado, como expresión de amor y, por consiguiente, es realizado dentro de la unidad doméstica y no es remunerado, exclusivamente de subsistencia, aclarando que lo de su rango de no productividad le viene tras considerársele que no produce excedentes sobre los cuales pudiese apropiarse alguien.

Para ilustra esto, debe señalarse que el trabajo improductivo se convirtió primordialmente en la tarea de mujer adulta/ madre y secundariamente de las otras mujeres, así como de los niños y los ancianos, un
trabajo accesorio e insignificante vis a vis con el trabajo productivo que lo representa todo.


Cabe advertir que, aunque las líneas divisorias entre el trabajo productivo y no productivo no eran nítidas con el capitalismo se hicieron muy claras y apremiantes, destacándose la inédita correlación entre división del trabajo y valoración del trabajo.


Por tanto, en el capitalismo el hombre adulto que ganaba un salario fue clasificado como el cabeza de familia, y la mujer adulta que trabajaba en el hogar como el ama de casa. En consecuencia, cuando se empezaron a compilar estadísticas nacionales, que eran a su vez un producto de un sistema capitalista, todos los cabezas de familia fueron considerados miembros de la población activa pero no así las amas de casa. De este modo se institucionalizó el sexismo y aunque los nuevos rasgos del capitalismo traten de ocultarlo, siguen siendo alarmantes y desproporcionados las desigualdades de género.


Sin embargo, en el siglo XIX, en pleno apogeo de la Revolución Industrial, es evidente en la historia observar la participación de la fuerza de trabajo de la mujer en el proceso productivo, pero no por ello puede confundirse tal participación desprovista de lo que realmente sucedía y explicaba su “participación” y es el hecho de que realmente era objeto de una rapaz explotación que le condenaba, e incluso a merecer salarios inferiores a los de los hombres.

Sobre esto, Marx como el mayor teórico acerca del capitalismo de aquel siglo XIX, registró estadísticamente de manera impresionante, inédita, se pudiera decir, acompañado, desde luego, con la
reflexión seria y crítica que siempre le acompañó a lo largo de su vida, tempranamente la existencia de un proletariado suigéneris, compuesto en algunas fases mayoritariamente por mujeres. En efecto:


En las hilaturas inglesas están actualmente ocupados sólo 158.818 hombres y 196.818 mujeres. Por cada 100 obreros hay 103 obreras en las fábricas de algodón del condado de Lancaster y hasta 209 en Escocia. En las fábricas inglesas de lino, en Leeds, se contaban 147 obreras por cada 100 obreros; en Druden y en la costa oriental de Escocia, hasta 280.

En lasfábricas inglesas de seda… muchas obreras; en las fábricas de lana, que exigen mayor fuerza de trabajo, más hombres… También las fábricas de algodón norteamericanas ocupaban, en 1833, junto a 18.593 hombres, no menos de 38.972 mujeres. Mediante las transformaciones en el organismo del trabajo le ha correspondido, pues, al sexo femenino, un círculo más amplio de actividad lucrativa…, las mujeres una posición económica más independiente…, los dos sexos más aproximados en sus relaciones sociales (Marx, Karl, [1844], 2013:79-80).


Del mismo modo, en “El Capital” – Tomo I- Marx, subraya la depredación capitalista de la fuerza de trabajo femenina, muy especialmente en la industria textil. Sin embargo, Silvia Federici en su libro: “Calibán y la bruja, Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, si bien reconoce que la importancia de la “acumulación primitiva”_ termino usado por Marx en el tomo I de El Capital_ se encuentre en el hecho de que Marx trate la “acumulación primitiva” como un proceso fundacional, lo que revela las condiciones estructurales que hicieron posible la sociedad capitalista, cuestiona que Marx la examine desde el punto de vista del proletariado asalariado de sexo masculino y el desarrollo de la producción de mercancías, aclarando que su análisis se aparta del de Marx por dos vías distintas. “Si Marx examina la acumulación primitiva desde el punto de vista del proletariado asalariado de sexo masculino y el desarrollo de la producción de mercancías, yo la examino desde el punto de vista de los cambios que introduce en la posición social de las mujeres y en la producción de la fuerza de trabajo”. (2010, 23)


Aunque Marx no se haya ocupado de manera particular del trabajo improductivo en sus análisis, estableció el vínculo entre producción y reproducción, a pesar de su aparente separación. De hecho, Engels en El Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, subraya que, “en un antiguo manuscrito inédito, descifrado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: ‘La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos’. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clase que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino”. (1977, 72). Del mismo modo, agrega Engels, “el hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella el proletariado.” (Ibidem, 82). Es evidente que entonces queda la mujer en una situación de subordinación. De allí que Engels, afirmará, sin vacilación, que la abolición del derecho materno fue la gran derrota del sexo femenino.

El hombre llevó también el timón en la casa; la mujer fue envilecida, domeñada, trocóse en esclava de su placer y en simple instrumento de reproducción. Esta degradada condición de la mujer, tal como se manifestó, sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada y disimulada en ciertos sitios hasta revestida de formas más suaves; pero de ningún modo se ha suprimido. (Ibidem, 63). Tampoco, es casual que Engels en el último capítulo: Barbarie y civilización de su libro: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, dijese con firmeza que “el Capital, de Marx, nos será tan necesario aquí como el libro de Morgan 3 ”. (Ibidem, 181).

Por tanto, deja muy claro que la primera explotación, y el modelo de todas las demás, es la explotación de la mujer por el hombre. Desafortunadamente, el libro se publica en 1884, es decir, un año después de la muerte de Marx. No obstante, se sabe que no había diferencias entre Marx y Engels, quien, por cierto, publica luego de la muerte de Marx los siguientes tomos de El Capital, pues en vida Marx solo tuvo la oportunidad de conocer el primer tomo publicado en 1867, por consiguiente, Marx habría estado de acuerdo con Engels en su apreciación que acabamos de citar en su libro: El origen de la familia… Al respecto, diría la novelista, existencialista y feminista francesa, Simone de Beauvoir, en su extraordinario libro:

El segundo sexo, no se nace mujer, sino que se llega a serlo y, en ese sentido, invita a las mujeres a reidentificarse como seres libres e individuales desde el interior y no desde la mirada de la sociedad en la que se vive. Se trata también de lo que con antelación proponía la marxista polaca, Rosa Luxemburg (1871-1919) 4 “Por un mundo en donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.


Sin embargo, hasta hoy los adversarios a Marx aprovechan este aparente “vacío” para despotrican más ampliamente contra el marxismo en ese sentido. Desde luego, la obsesión por la familia tradicional, la maternidad obligatoria y el matrimonio siempre ha formado parte del núcleo ideológicos de las derechas. Volviendo a Marx y a esta situación es oportuno referir que, ya en el Manifiesto comunista, publicado en febrero de 1848 Marx y Engels respondieron a aquellos que acusaban a los comunistas de querer “abolir la familia”. Para Marx y Engels estuvo siempre claro que las relaciones de producción capitalista no solo enajenan al trabajador, sino que también impactan en su entorno familiar, pues la subsistencia, en una sociedad tan desigual, obligaba la incorporación de mujeres y niños al trabajo explotador en favor de la plusvalía capitalista.


De cualquier manera, a Marx como teórico crítico del capitalismo debe reconocérsele que él como ningún otro en aquel siglo XIX contribuyó a desvelar y, al mismo tiempo, a que se comprendiera la realidad de la explotación tras apartar la mirada de la circulación mercantil y su invitación a centrarla hacia la producción de las mercancías, entendida como producto simultáneo del trabajo y poseedora de un valor de uso y de cambio. He allí el nuevo giro epistemológico que Marx va a producir sobre la producción social y, por supuesto, sobre la reproducción de la ideología de las relaciones capitalistas, sobre todo, del papel absolutamente central de las mujeres en la construcción de relaciones comunitarias sin las que la vida resulta imposible y, por ende, la explotación del trabajo. Desde entonces y hasta nuestros días es inobjetable que la plusvalía se extrae del esfuerzo de mujeres que
otorgan cuidados y que la explotación aprovecha como si de una renta se tratarse.


En suma, la historia de las mujeres no puede separarse de la historia de los sistemas específicos de explotación y otorgaban prioridad, en su análisis, a las mujeres consideradas en tanto trabajadoras en la sociedad capitalista. Huelga subrayar que, en todas las sociedades, independientemente de su cultura, religión e ideología y de su tiempo, el hambre, el miedo y el sexo son ontológicos, forman parte de la biología de todos los seres humanos y, pudiéramos afirmar, en un sentido más amplio, de todos los animales. Sin ánimos de determinismo debo subrayar que, en casi todo el mundo y en casi todas las épocas la inmensa mayoría de las mujeres han estado sometidas a los hombres, la más clara y universal relación opresor- oprimido, además de la primera, como señaló Engels es la relación entre los
géneros.

No es casual que el poder siempre ha intentado controlar la sexualidad y procreación, y como el poder (al menos en el periodo histórico) siempre ha sido patriarcal 5 , ha puesto un especial empeño en el sometimiento o en la negación de la sexualidad femenina.


II.- Feminismo y socialismo: un binomio para la acción política


Puesto que, el socialismo de entrada supone equidad, igualdad y justicia social que obliga a luchar por la liberación de todos los oprimidos y el feminismo combate la opresión de las mujeres, pudiera pensarse entonces que el segundo es una derivación o parte del primero. Pero, reiteremos que Engels nos recuerda que “la explotación de la mujer por el hombre es la primera de las explotaciones y el origen de todas las demás”, desde esa perspectiva, el socialismo pudiera terminar asumiéndose como una extensión o una ramificación del feminismo. No obstante, socialismo y feminismo es un binomio, cuyos dos términos se contienen mutuamente y de manera dialéctica y, en sus aspiraciones por una mejor sociedad, forman un todo indisoluble, y su desarrollo conjunto es un proceso dialéctico que se reconstruye y retroalimenta de modo permanente. Visto en esta perspectiva el feminismo es inseparable del socialismo.


La cultura que se ha desprendido de esa explotación histórica de la mujer por parte del hombre ha servido de tradición a lo largo de la historia, aunque en la sociedad capitalista llega a sus mayores magnitudes y, al mismo tiempo, a sus más altas denigraciones y perversiones. Sin ánimo de caer en dogmatismo, está claro que, en el marco de una sociedad basada en la explotación y la competencia como lo es la sociedad capitalista, no puede ser de otra manera.

Tal particularidad puede servir como colofón para precisar que solo en una sociedad no regida por el capitalismo del libre mercado será posible alcanzar la emancipación de la mujer y de una nueva sociedad. Desde luego, esto conlleva la lucha ajustada a las nuevas realidades por el socialismo como modelo verdaderamente antagónico al capitalismo. En el caso venezolano nuestro aporte se plasma en el Plan de la Patria 2019-2025.

III.- El feminismo en el Plan de la Patria 2019-2025

Brevemente, se debe resaltar que, en la Ley Constituyente del Plan de la Patria, Proyecto Nacional Simón Bolívar. Tercer Plan Socialista de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2019-2025, publicado en Gaceta Oficial N° 6.642Extraordinario de fecha 03 de abril de 2019, específicamente en los objetivos históricos 2 y 5, se le otorga un marcado interés al tema del feminismo. En efecto en
el objetivo histórico 2: Continuar construyendo el Socialismo Bolivariano del siglo XXI, en Venezuela, como alternativa al sistema destructivo y salvaje del capitalismo y con ello asegurar “la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política” para nuestro pueblo, se abre un espacio especial al enfoque de inclusión, incorporando a la perspectiva de respeto y celebración de la diversidad y la pluralidad, el desarrollo del feminismo, de los aportes de los pueblos indígenas, afrodescendientes, la juventud, para la construcción de una sociedad más humana,
impregnada de los valores, la ética y los modos de hacer de nuestro pueblo, para la construcción del socialismo bolivariano.

Por su parte, en el objetivo histórico N° 5 Contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana, se propone, especialmente, en los objetivos nacionales 5.1.1.1.3 y 5.1.1.1.4., desarrollar los principios del feminismo como doctrina de relacionamiento social para edificar relaciones armónicas, de respeto y forma de vida equilibrada de la sociedad en su seno y con el ambiente y, a su vez, impulsar e irradiar en la educación, así como en las prácticas populares de toma de decisiones y del Estado, el debate, la crítica constructiva, la formulación y participación en decisiones, la práctica del consenso y la dialéctica del encuentro como expresiones concretas de nuestra identidad indígena, feminista y afrodescendiente, respectivamente.

Es evidente que, el Plan de la Patria 2019- 2025 tiene como premisa la construcción de una sociedad igualitaria y justa, el desarrollo pleno de la democracia en todas las dimensiones y en ese sentido, se considera el feminismo desde una visión y construcción social, económica, cultural y política que apunta hacia el socialismo en el siglo XXI.


IV.- La mujer en resistencia en la sociedad capitalista del siglo XXI

Es importante subrayar que, aunque Marx no podía prever la sociedad posindustrial ni tampoco tuvo lugar de ver el ascenso del socialismo en el siglo XX, no es menos cierto que en el siglo XXI la crisis del capitalismo y magnitud de la desigualdad que conlleva su dinámica viene a insuflar el modelo del socialismo como construcción real de una alternativa a la sociedad capitalista y, por tanto, a los vejámenes y explotación de la que es víctima la mujer en la actual sociedad.

En consecuencia, sigue en ridículo aquella afirmación inexorable y dogmática de Francis Fukuyama sobre “el fin de la historia”. Sin embargo, Como consecuencia de aquellas ideas posmodernas el feminismo se dotó y llenó de un nuevo sentido que le otorga, en nombre del neoliberalismo, un cariz enérgicamente individualista que termina acentuando las desigualdades y desproporciones en su población, privilegiando a un grupo minúsculo de mujeres que logran posesionarse como trofeo de un
neoliberalismo “progresista” pero que, al mismo tiempo y de manera inexorable, condena a las grandes mayorías de ellas, especialmente en el Tercer Mundo, a la pobreza y exclusión.

Además, es claro que, que el hecho de que estas se conviertan en asalariadas no las libera de las tareas domésticas y, por decirlo de algún modo, de esa doble explotación. Por tanto, no hay manera de anteponerse a las desproporciones de la sociedad capitalista, incluida los resquemores que sufren las
mujeres, sin acudir al marxismo.


También de manera penosa la cosmovisión- neoliberal, por definición heterogénea y de evidente contradicción con la “ideología de género”, reivindica la islamofobia 6 que “se apoya en la construcción ideológica de una polaridad entre Occidente y Oriente, mediante la cual se establece un esquema que homogeniza a las sociedades árabes y musulmanas, borrando las contradicciones de clase que las atraviesan. Del mismo modo, se pretende ocultar los enfrentamientos de clase que desgarran a las
sociedades occidentales.

Así se construye una imagen de las mujeres árabes y/o musulmanas como eternas víctimas pasivas que necesitan ser rescatadas “. (Martínez, J y Burgueño, C, 2019, p. 65). No es casual que, a partir de los atentados de septiembre de 2001, esa idea de liberar a las mujeres de los países musulmanes
se ha convertido en una verdadera obsesión de Occidente.


A propósito, hasta en Venezuela de un modo muy cauteloso, especialmente en la ciudad capital, entre los años 2001 y 2002 se hizo una campaña para estigmatizar los estilos y modos de vida de las mujeres musulmanas, generando la matriz que las mismas eran esclavas, víctimas del machismo del Corán. No olvidemos que previo aquello, más exactamente cuándo se implosionó la Unión de República Socialistas
Soviéticas (URSS) entre 1989-1991, tomó lugar la tesis de Samuel Huntington acerca del “Choque de civilizaciones” En efecto, Huntington consideraba que el choque de civilizaciones sustituiría al mundo bipolar y por eso habló de la “modernización sin occidentalización” con tal de describir a las élites de la
semiperiferia que eligen conscientemente no integrarse a las élites globales del núcleo y seguir dirigiendo el destino de sus propias civilizaciones.

Tal estrategia la podemos encontrar en China, los países islámicos y, en cierta forma, en Rusia. En esta tercera década del siglo XXI, a pesar de los ingentes avances científicos y técnicos, que nos hablan ya de un sexto paradigma tecnológico Posindustrial: electrónica, informática, telecomunicaciones, robótica, inteligencia artificial, realidad virtual, tecnologías aditivas 3D, en donde el futuro se visualiza sobre la inteligencia artificial y el machine learning (ML), la mujer se presagie fuera de su tiempo.

La robotización de la economía y la voracidad de los monopolistas de hoy, en día, como, Apple, Google, Facebook, Microsoft y Amazon 7 , en fin, todo ese nuevo orden económico que aunque reclama para sí la experiencia humana como materia prima gratuita aprovechable para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y venta, se constituye en una mutación inescrupulosa del
capitalismo, caracterizada por grandes concentraciones de riqueza conocimiento y poder que no tienen precedente en la historia humana, bajo el capitalismo de la vigilancia que se inventó en Estados Unidos: en Silicon Valley y en Google, como bien lo definen y caracteriza, Shoshana Zuboff, en su libro: La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras
del poder. (2021).


Es importante resaltar que, aunque Zuboff no aborda el tema del feminismo, cuando analizamos sus premisas, advertimos que no promete la libertad del sexo feminismo y esto debe de esperarse, porque como bien lo refiere Thomas Piketty en su extraordinario libro: El capital en el siglo XXI (2015), el problema de la desigualdad es aún más graves que en estadios anteriores del sistema capitalista, por tanto con Piketty se vuelve a poner el tema de la desigualdad en la agenda política de una manera muy seria. Igualmente, Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía, lo ha puesto de manifiesto con su libro: El precio de la desigualdad. El 1 por ciento de la población tiene lo que el 9090 por ciento necesita (2013), pues llega Stiglitz, asombrosamente a hablar de lucha de clases.

En suma, “el capitalismo de la vigilancia no es una tecnología; es una lógica que impregna la tecnología y que la pone en acción. El capitalismo de la vigilancia es una forma de mercado que resulta inimaginable fuera del medio ambiente digital, pero que no es lo mismo que lo digital”. (Zuboff, op, cit, 30)


En la actual fase del capitalismo, vale decir, el capitalismo de la vigilancia, los “medios de producción “están al servicio de los “medios de modificación conductual”. Los procesos automáticos realizados por máquinas reemplazan a las relaciones humanas para que la certeza pueda sustituir a la confianza. Esta nueva cadena de producción descansa sobre un ingente aparato digital, unas concentraciones históricamente grandes de conocimientos y habilidades computacionales avanzados, y una inmensa riqueza. (Ibidem, 471) “El capitalismo de la vigilancia debe ser entendido más bien como una fuerza social profundamente antidemocrática”.


(Ibidem, 679). El capitalismo de la vigilancia es una forma sin límites que ignora anteriores distinciones entre mercado y sociedad, entre mercado y mundo, o entre mercado y persona. Es una forma movida por el lucro en la que la producción está supeditada a la extracción, pues los capitalistas de la vigilancia reclaman unilateralmente para sí el control sobre territorios humanos, sociales y políticos que
se extienden muchos más allá del terreno institucional convencional de la empresa privada o del mercado. (Ibidem, 680).


No es casual como lo refieren Josefina Martínez y Cynthia Burgueño desde una perspectiva de un feminismo anticapitalista y marxista-socialista-, que en la actualidad “son 1.300 millones de mujeres trabajadoras que nada comparten con magnates multimillonarias, anacrónicas aristócratas olas CEO 8 de grandes multinacionales”. (2019, 9) Además, agregan que, “en este anárquico modo de producción, donde ocho hombres acumulan una cantidad de dinero equivalente a lo que, en el otro extremo, apenas alcanza para sobrevivir a 3.500 millones de personas, es irrisorio negarse obtusamente a pensar en la existencia de las clases sociales.

Y si el 70 por 100 de esos millones de pobres son mujeres y niñas, no se puede obviar el género. (Ídem)
Destaca en esta dirección, Pastora Filigrana quien, en su prólogo a Davis, Angela en su libro: “Mujeres, raza y clase” 9 , nos advierte que:


La explotación del trabajo y la vida del neoliberalismo no pueden explicarse sin entender cómo opera el racismo y el patriarcado a escala mundial. Porque no puede ser casualidad que los trabajos esenciales como el campo y el cuidado doméstico sigan siendo hoy y aquí, como lo eran allá en EEUUU, los más precarios, racializados y feminizados. (2022: 8)


Dentro de esta perspectiva, es oportuno preguntarse, por ejemplo: ¿Cómo se logra la emancipación de las mujeres en tan adverso contexto? ¿Cuál será su rol en los albores del paradigma tecnológico Pos industrial? ¿Seguirá siendo evidente que mientras los sindicatos en el mundo capitalista se robustecen con la direccionalidad masculina la clase trabajadora será cada vez más feminizada? ¿Habrá formas de acortar la desigualdad entre un grupo diminuto de mujeres que ocupan posiciones privilegiadas en las grandes corporaciones transnacionales del capital y la inmensa mayoría que vive en la precariedad y cuyo destino es vender su fuerza de trabajo al mejor postor para sobrevivir? ¿Hay opciones realmente para las grandes mayorías de las mujeres en la actual sociedad capitalista? ¿Qué decir de las inhumanas condiciones de la explotación y las vejaciones que sin precedentes sufren las mujeres migrantes? ¿Cómo queda la violencia de género, la prostitución 10 y la sexualidad en los moldes de la cosmovisión neoliberal? ¿Hay opciones?


Todas estas interrogantes, entre otras que pudiésemos formular ganan, cada vez, más espacio en este debate acerca del feminismo cuya visión y realidad neoliberal en donde se hace creer que la emancipación y liberación femenina es un asunto de actitud y, en ese sentido, se arguye que las mujeres deben empoderarse de manera individual para alcanzar posiciones de poder y riqueza, y como ejemplo de ello, se presenta a un grupo selecto de mujeres como un vulgar producto exitoso del espíritu
emprendedor del capitalismo, haciendo creer por todas las vías, incluidas la de los mass media, que todas pueden transitar por la autopista del sueño capitalista y particularmente en el “American Dream”.

Nada más alejado de la verdad, es penosa la situación de esclavitud y alienación en la actual sociedad estadounidense. Además, es indiscutible que detrás de la ideología del libre mercado se esconde el
dominio de clases. Ante ello la lucha por el socialismo seguirá siendo garantía en la
emancipación de la mujer y, más ampliamente, de la humanidad.

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