
Alexander Torres Iriarte
En vísperas de su partida a otro plano el presidente Hugo Chávez dejó claro parte de sus últimos votos, expresó que su opinión “firme, plena, irrevocable, absoluta” es que le diéramos una oportunidad a Nicolás Maduro Moros.
Esas palabras, casi postreras, fueron tomadas con asombro por todos, empezando por el mismo aludido, aquel joven de 50 años, otrora canciller. Se abría así un parteaguas en la Revolución Bolivariana y reinaba la rabia, la tristeza y el desconcierto. En este ambiente difícil, tirios y troyanos, seamos sinceros, subestimaron al antiguo militante de Ruptura y de la Liga Socialista. Tal dubitación generalizada sobre el joven luchador social fue vista con complacencia morbosa por algunos, bajo el supuesto de no tener el exdirigente sindical el carisma y el temple del Comandante Eterno.
De tal modo que Nicolás Maduro Moros -nacido en Caracas el 23 de noviembre de 1962- quien además había cerrado fila en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, quien asimismo había sido fundador nacional de la Fuerza Bolivariana de Trabajadores, y coordinador del equipo parlamentario del Bloque del Cambio en la Asamblea Nacional antes, no le tocaba fácil. Después del titán todo se vería poco.
¿Qué no viviría aquel egresado del Liceo José Ávalos, de la parroquia caraqueña de El Valle, sobre la ingente misión que cumplir? ¿Que no pasaría por la cabeza de aquel exfundador del Sindicato del Metro de Caracas?
Una película mental, cual backflash cinematográfico, lo tuvo que retrotraer a ese histórico 16 de diciembre de 1993, cuando se entrevistó personalmente, en la cárcel de Yare, con su mentor político. Causalmente, ese mismo día sostendría su primer encuentro con quien sería su futura consorte, Cilia Flores.
Muchas cosas debió evocar sobre el rumbo que tomaba su vida: desde estar al frente de la Asamblea Nacional a ser nombrado Vicepresidente Ejecutivo de la República Bolivariana de Venezuela. Después lo conocido, abril de 2013 Maduro llegaba a Miraflores. Luego, en enero 2019, nuevamente era juramentado como primer mandatario.
En el intermedio la hecatombe: guerra multidimensional, intentos de invasiones, golpe continuado, bloqueos financieros, ollas mediáticas, magnicidios frustrados, migraciones forzadas, infiltración gubernamental, guarimbas, asesinatos políticos, y un espeluznante etcétera. Pero igual, estoicamente y contra todo pronóstico, el humilde “autobusero” se ponía valiente y creativamente en el volante de la Patria. Los factores externos encompichados con los antivenezolanos internos, trataron de tumbar la casa para sacar el inquilino. El pueblo consciente de tener un gobierno antioligárquico, con penurias y demás, no abandonó a su líder; como no lo abandonará en esta histórica jornada en la cual se juega el destino de nuestros hijos y nietos. Podemos tener molestias, por tal o cual turbio funcionario gubernamental que ha abusado de su poder y nos ha lesionado directamente. Para lo que hay que decir: esos malos procederes nunca ha sido política de Estado. Nadie bota un carro porque se le espiche un caucho. Las cosas están mejorando. Lo peor ya pasó.
En estos años no le ha sido “mantequilla” a quien un día fue un muchacho integrante de la banda de rock Enigma. Por eso vamos con el Gallo Nico, porque es de los nuestros, porque no olvidó sus raíces, porque nunca traicionó a su pueblo.