
Alexander Torres Iriarte
Sufrimos en Venezuela más de una década de antipolítica. Más de un decenio en el cual reinaron más los impulsos primarios del cerebro reptil que el sentido común y el instintito básico de la preservación de la vida.
Ante la ausencia física del presidente Hugo Chávez las puertas del averno se abrieron, invocando emisarios del caos, como aquel triste personaje que grito enardecido, en abril de 2013, “vuelque su arrechera ahí”; iracundas palabras que trajeron como consecuencia inmediata 11 personas muertas, entre ellas inocentes niños. Venezuela ardía ante la furia de los violentos, espectros que, cuales fuerzas del abismo, apostaron acabar con nuestro país. Pero como si fuera poco, siguiendo órdenes de factores externos, se empeñaron bajo una modalidad más diabólica, mediante la llamada “La salida”, deshacerse del presidente constitucional de Venezuela: Nicolás Maduro Moros. Otra vez la sangre de los humildes rodó por las calles de la Patria. Era 2014. ¿Qué decir del 2015? Por el entreguismo de personeros como Henry Ramos Allup, Julio Borges, Leopoldo López, Antonio Ledezma, María Corina Machado, el primer mandatario de la potencia del norte, Barack Obama, rubricaba una orden acusando a Venezuela de ser “una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y a la política exterior de los Estados Unidos”. Comenzaba la justificación del bloqueo y se desataba el asedio económico -ilegal, genocida, inhumano- contra un pueblo trabajador y alegre. Los autores, los mismos de siempre: los que históricamente han pedido y piden “sanciones” contra nuestras madres e hijos. Ya al año siguiente, con la agenda del Comando Sur, se ponía en funcionamiento la Operación Venezuela Freedom-2, o sea, más muerte, más intervencionismo, más guerra. ¿Qué mencionar de los días sucesivos? ¿Usted recuerda ese terrible 2017? Tengamos presente el 20 de mayo de ese fatídico calendario: el joven Orlando Figuera era quemado por “parecer chavista”. Luego vendrían más episodios dantescos: intentos de magnicidios, desabastecimiento, desconocimientos del Gobierno, autoproclamación, despojo de los bienes del Estado, intentos de invasión, ataque a la moneda, interminables colas, guarimbas, instigación al crimen, hiperinflación inducida, campaña para el abandono del país, infiltración gubernamental….¿Seguimos?
Ahora, esos que nos zumbaron por el barranco, con sus caras de tabla, se acercan cariñosamente a pedirnos el voto para las elecciones del próximo 28 de julio.
Es la forma como las ultraderechas se muestran como corderitos democráticos para capitalizar el descontento y la confusión de las mayorías. Son emblemáticos en este sentido los casos de Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina. En Venezuela está el señor, nunca ingenuo, Edmundo González Urrutia, verdadero muchacho’emandao de María Corina Machado.
En el fondo, son los mismos odiantes de siempre. Son los propios desmanteladores del Estado Nacional disfrazados de defensores de la “libertad” y “el progreso”. Por eso no pueden hacerse con el poder, pues, si siendo oposición actúan de manera criminal contra el ciudadano de a pie, imaginémoslos en Miraflores.
Dicho lo mínimo apreciado paisano huelgan las razones de por qué caminamos con el hijo de Chávez. Es la mejor manera de celebrar los setenta años del Comandante Eterno.