Adivina

Alexander Torres Iriarte

Su sola invocación para los pelos. Susceptible de muchas miradas, todas espeluznantes, el ente del que hablamos tiene un mortificante modo de actuar, sembrando un sentimiento de sumisión en pueblos enteros. Se dibuja como un animal gigantesco que ataca a cuanta persona osa mostrar relativa independencia o dignidad.

Aunque se presume su existencia la capacidad que tiene de mimetizarse hace que sus propios torturados duden, nieguen o lo protejan. De allí su poderío: en la habilidad de seducir a sus oprimidos, quienes, sufrientes y contestos, devienen en agentes traidores de su propia tribu. Así, esta aberración de la naturaleza suele valerse de resplandecientes objetos que a primera vista parecen ser de oro y que a la postre terminan siendo de hojalata.

Nos referimos a toda una personalidad legendaria, símbolo de los desafíos del océano en las historias y del imaginario marítimo; sin olvidar que “velero será siempre el hombre y el mar es la vida intensa y el hombre naufraga y se pierde si no tiene impulso.”

Como posible especie mitológica ha sido mencionada por distintas personalidades del mundo de las letras, desde poetas hasta economistas, denunciando reiterativamente su macabro proceder contra quienes no se avasallen o se entreguen a sus designios.

Este espectro infernal se caracteriza por ser un gran devorador de gentes. Su nombre dice de su mentalidad: perversa, patológica y maltrecha. Muchos lo asocian con un pulpo, que con sus pavorosos tentáculos succiona todo lo que le rodea.

Cuando esta bestia diabólica se coleriza o se asusta tienden a mover sus catervas de brazos echando por tierra los ilusorios jardines que suele diseñar, no en el fondo de los acuíferos, sino en lo más recóndito de la psiquis de sus víctimas, ulteriores sirvientes.

El afán de omnipresencia del monstruo tiene que barrer todo resabio autonomía de los lugareños. Este ser abismal no le gusta la unión de los débiles, y que éstos, equivocados o no, tomen su propio camino en aguas profundas, alejados de sus potentes extremidades.

En su soberbia estima a las “existencias minúsculas” como variedades de dispositivos voltaicos, es decir, como desechables baterías que alivian su ingente deseo de crecer, engullir y después eructar.

Si este engendro del averno es desafiado, entonces enfila toda su furia y su facultad hipnotizante para que el atrevido sea destruido o aislado de la comunidad a la cual pertenece, imponiéndosele una distancia insalvable de otros subordinados, idénticamente dominados por la confusión, la admiración o el miedo.

En una oportunidad esputó a su seguidores con voz efectista: “sus tierras, su pesca, su litio, su petróleo, sus aguas dulces, sus riquezas son mías y de nadie más. Quien no quiera entender esto lo presionaré con mis tenazas y lo someteré al escarnio público de este mar y de todos los mares del mundo.”
Me detengo aquí querido lector o lectora, su nombre no es el Kraken como puedes suponer, no seamos injustos con este paradigma del terror. En este caso aludimos a una entidad infinitamente más peligrosa por su presencia guerrerista, enajenante, supremacista, injerencista y decadente ¿Adivinaste?

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